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viernes, 29 de abril de 2011

Tuve que detener mi paso

Tuve que detener mi  paso
para contemplar el estallido invisible
que se abría ante mis ojos.
Todos los colores se derramaron
desde lo más alto del día,
hasta dar a parar en el reflejo del cielo.
Allí, mi sombra ansiaba de la luz
para existir.

Pude ver como las hojas grises,
varadas en las entrañas de la noche,
recorrían cada destello de tempestad
hasta perfilar constelaciones y mareas.

Tras el sueño, quedaron las golondrinas solas.
Tras el viento, la mañana resplandece y
respira desde su lecho cristalino de madreselvas
y musgo del color de la noche.

Cambia de rostro sin cesar, ávida de tiempo,
con sed de abrigar a la luna de los mares,
a su eterna cadencia que quiso llegar a ser tierra,
que soñó con ser agua en la pupila del aire
donde se refleja todo lo que fue y lo que no ha sido.

Desde entonces, todas las luces del alba
habitaron en mi casa.

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